sábado, 2 de enero de 2016

Colonia submarina

Era difícil avanzar tan deprisa en aquel medio. Hacía horas que nadaba tras sus presas, sin apenas recortar distancias. Él era un sparm, capaz de alcanzar altas velocidades subsónicas, pero aquellos seres también parecían estar muy bien preparados para nadar en ese entorno.

Al principio había sido fácil mantener el contacto visual con ellos, pues buceaban cerca de la superficie y la luz solar invadía cada rincón del océano. Sin embargo, aquello no duró mucho, pues sus adversarios, conscientes de la falta de agudeza visual de los sparms, habían comenzado a descender hacia las profundidades abisales.

Después de bajar varios cientos de metros la oscuridad era absoluta, y ahora sólo tenía referencias de sus enemigos gracias a su sofisticado sonar.  Sin embargo, tanta oscuridad le inquietaba. Quién podía saber las monstruosas criaturas que le aguardaban, esperando que cualquier incauta criatura ciega llegase hasta allí. Ciertamente, él no estaba ciego, tenía su sonar, pero los sparms no estaban acostumbrados a descender tanto. Ellos eran criaturas de superficie, los ángeles de las olas.



Sin embargo, no podía plantearse volver con las manos vacías. Quedaría deshonrado para siempre y sus congéneres jamás admitirían que viviera dentro de la colonia. Sería excluido y quedaría condenado a vagar por los límites del territorio sparm hasta su muerte.

Pero aún tenía una baza que jugar. Intentaría simular que los había perdido, de manera que sus contrincantes pensaran que se encontraban a salvo y se relajaran. Quizás así podría seguirlos hasta su lugar de descanso o, por qué no, hasta su propia colonia. Localizar la colonia de esos asquerosos seres era el mayor honor que podía conseguir un sparm, al menos en aquellos tiempos.

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