viernes, 25 de diciembre de 2015

La Frontera de los Insectos

Era una vida difícil. Todo el día volando a ver si encontraba algo. No es que siempre fuese inútil. Algunas veces había encontrado compañeros en apuros. Pero no era la vida con la que siempre había soñado. Quería ir más allá. Más allá de los límites del territorio que tenía que patrullar. Pero un insecto no podía pensar siquiera en traspasar la frontera. Quien traspasaba la frontera no volvía. “Todos mueren allá afuera”, les decían los ancianos. A veces le daba por pensar que quizás no morían ahí afuera, quizás simplemente no querían volver; quizás su vida era más emocionante en ese lugar...

Sobrevoló ahora un pequeño montículo sin vegetación, tan pardo como el resto de la región. El territorio que se extendía bajo sus patas era yermo, salvo algunas plantas aquí y allí que servían de referencia. Por eso, Ronghua se sorprendió cuando vio un objeto metálico un poco más adelante. No sabía que hubiera construcciones tan al norte, pensó.

Descendió suavemente, pues sus alas no le permitían hacerlo tan rápidamente como las de los insectos de combate, y vio que el objeto era de mayores dimensiones de lo previsto. Dio unas vueltas alrededor, para ver si se movía algo y luego se puso en contacto con la base.


De repente, una compuerta se abrió en el objeto y una potente luz escapó de su interior. Una sombra se proyectó contra el oscuro suelo del planeta e, instantes después, una extraña criatura asomó al exterior de la construcción. Tenía sólo cuatro patas, andaba sobre dos de ellas y usaba las otras dos para sostener algo. Y, lo que era más sorprendente: ¡no tenía alas!


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