lunes, 4 de enero de 2016

La Madriguera

Cada día me siento más triste. No encuentro ninguna forma de escapar de esta prisión. Las rejas lo rodean todo. He intentado romperlas, pero es inútil... parecen hechas de algún extraño material que nunca antes había visto en mi tierra natal.

La suciedad se acumula por todos sitios. El suelo, que cuando llegué era mullido y tenía un aroma fresco, ahora apesta. Ni siquiera al irme a la madriguera me abandona esa sensación de suciedad.

La comida me la entregan una vez al mes. Consiste en un combinado de frutos secos. Además, de vez en cuando, me entregan algo de fruta fresca. Esos días me siento algo mejor. Sin embargo, a final de mes los frutos secos que me entregaron ya no están comestibles y espero con impaciencia el momento en que me traerán la nueva remesa. El agua tampoco merece mejor comentario. Creo que cambiarme el agua únicamente una vez a la semana es, a todas luces, insuficiente. Aunque ya me estoy acostumbrando al agua con sabor a plástico. A decir verdad, este es uno de mis menores problemas.



A veces me preguntó que pensarán los seres que veo a través de las rejas. Parecen más felices que yo, pero también están encerrados en parcelas. Son unos seres muy extraños, de todas formas, de vivos colores, verdes, azules, amarillos... en mi tierra natal no me creerían si les contara lo que he visto.

Pero claro, en realidad, hace tiempo que ya he perdido la esperanza de poder contarle algo a mis antiguos amigos y a mi familia. Intento enterrarlos en lo más profundo de mi mente, para que el dolor sea más suave. Ahora solamente tengo que concentrarme en conseguir una cosa: escapar. Bueno, mantenerme vivo y escapar.

sábado, 2 de enero de 2016

Colonia submarina

Era difícil avanzar tan deprisa en aquel medio. Hacía horas que nadaba tras sus presas, sin apenas recortar distancias. Él era un sparm, capaz de alcanzar altas velocidades subsónicas, pero aquellos seres también parecían estar muy bien preparados para nadar en ese entorno.

Al principio había sido fácil mantener el contacto visual con ellos, pues buceaban cerca de la superficie y la luz solar invadía cada rincón del océano. Sin embargo, aquello no duró mucho, pues sus adversarios, conscientes de la falta de agudeza visual de los sparms, habían comenzado a descender hacia las profundidades abisales.

Después de bajar varios cientos de metros la oscuridad era absoluta, y ahora sólo tenía referencias de sus enemigos gracias a su sofisticado sonar.  Sin embargo, tanta oscuridad le inquietaba. Quién podía saber las monstruosas criaturas que le aguardaban, esperando que cualquier incauta criatura ciega llegase hasta allí. Ciertamente, él no estaba ciego, tenía su sonar, pero los sparms no estaban acostumbrados a descender tanto. Ellos eran criaturas de superficie, los ángeles de las olas.



Sin embargo, no podía plantearse volver con las manos vacías. Quedaría deshonrado para siempre y sus congéneres jamás admitirían que viviera dentro de la colonia. Sería excluido y quedaría condenado a vagar por los límites del territorio sparm hasta su muerte.

Pero aún tenía una baza que jugar. Intentaría simular que los había perdido, de manera que sus contrincantes pensaran que se encontraban a salvo y se relajaran. Quizás así podría seguirlos hasta su lugar de descanso o, por qué no, hasta su propia colonia. Localizar la colonia de esos asquerosos seres era el mayor honor que podía conseguir un sparm, al menos en aquellos tiempos.

viernes, 1 de enero de 2016

Vida en blanco

Su vida era una pesadilla. Hacía años que no disfrutaba ni un solo día. Simplemente se levantaba por las mañanas, como por inercia, e iba a trabajar. Cuando volvía del trabajo, normalmente a horas avanzadas de la noche, sólo podía pensar en cenar y acostarse. Si era uno de esos afortunados días en los que se encontraba más vital pues ponía la tele y veía alguna película.

Su vida era una mierda, y lo peor para Gonzalo era que lo sabía. Era imposible no darse cuenta, sobre todo durante el fin de semana. Cuando llegaban las tres de la tarde del viernes y acababa todo su trabajo semanal, se le venía el mundo encima. Cada fin de semana era como una nueva hoja en blanco que tenía que rellenar con sus aventuras y desventuras. Pero, desgraciadamente, cuando llegaba cada lunes, se daba cuenta de que había dejado la hoja en blanco.

Su único contacto con el resto de la humanidad era internet. Siempre intentaba conocer gente a través de los chats, en un vano intento de salir de su encierro. Era inútil... ni siquiera en los chats era capaz de mostrarse expresivo. Siempre que comenzaba a hablar con “diosa25” o “aracne24” se quedaba bloqueado. Era incapaz de decir nada interesante, salvo el hola inicial. Así que normalmente se dedicaba a contemplar los diálogos que los demás mantenían, intentando captar qué era lo que él hacía mal cuando se comunicaba con esas chicas.



Hasta que llego el día en que conoció a Gianina. A partir de ahí comenzó una nueva vida para Gonzalo. Aunque, desgraciadamente para él, esta nueva vida le condujo más rápidamente al desastre final.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Espíritu de la Lluvia

Llevaba días caminando por el bosque sin toparse con nadie. Comenzaba a pensar que aquel no era el camino correcto. Quizás tenía que haberse desviado a la izquierda al cruzar el último puente sobre el arroyo. Aquella había sido la única construcción humana que había visto desde entonces y ya comenzaba a sentirse inquieto.

Caminaba con paso pausado por entre los frondosos árboles, disfrutando de cada hoja, de cada rama. Qué maravilloso sería poder vivir en un lugar así. Sin preocupaciones, en contacto con la naturaleza, pero sabía que aquello no era posible. Hacía siglos que los bosques de aquella región estaban encantados. Afortunado era el hombre que conseguía dormir al raso y despertar al día siguiente. La magia se respiraba en el ambiente. Era imposible saber si aquello era bueno o malo.

Tenía que encontrarlo cuanto antes. Hadril, el espíritu de la lluvia. Sabía que estaba cerca, pero algo se le escapaba. Miró en derredor. Se encontraba en un claro cubierto de hierba verde y fresca. Sería un buen lugar para descansar. Así disfrutaría de la luz del sol. En algunos lugares el bosque era tan espeso que parecía que la noche lo envolvía.



Se concentró en su misión. Debía estar bajo un hechizo. Tugrul, un mago que décadas antes se había aliado con el mal, había lanzado una maldición contra su pueblo y ahora debía haberlo encantado a él mismo, para tratar de impedir que encontrara a Hadril. Mientras tanto su pueblo moría de sed, los cultivos se secaban, los ríos dejaban de fluir, tal había sido la maldición de Tugrul. Ningún agua, ni líquida, ni sólida fluiría por su tierra en los próximos siete años.



martes, 29 de diciembre de 2015

El Protector del presente

Los dos se encontraban frente a frente en la cabina del metro. Ninguno quería hacer daño a ninguna de las personas que se encontraban en el abarrotado vagón. Pero ninguno podía correr riesgos. Allí es donde se iba a decidir el destino del mundo tal y como ellos lo conocían hasta ahora.

En una esquina, el representante de los que esperaban y deseaban que todas las cosas siguieran como hasta ahora: que pudieran ir a comprar el pan todas las mañanas y que sus hijos pudieran seguir yendo al parque los domingos por la mañana.

En otra esquina, el que quería cambiar el orden establecido o, mejor dicho, el que quería establecer el desorden. Quería ver el dolor en la cara de esos abuelos y de esos padres cuando se dieran cuenta de que ya no quedaban niños que llevar a los parques. Bueno, al menos les quedaría el consuelo de que tampoco habría parques a los que podrían haberlos llevado. Pero cada cosa a su tiempo. Ahora había decidido no matar a nadie de este vagón. Él también tenía sus momentos.



Comenzó a avanzar hacia su enemigo, apartando bruscamente a la gente de su camino. Varias personas estuvieron a punto de protestar, pero se habían callado aterrorizadas al ver el brillo de sus ojos y la expresión de su cara. Era como ver el rostro de la muerte, si es que la muerte tenía algún rostro.

Pero su contrincante no se quedó quieto. Metió su mano derecha en el bolsillo y empuño
firmemente su defensor, aquel arma que tan fielmente le había servido durante los últimos meses. Rozó su superficie con la punta de sus dedos y rápidamente notó que la energía fluía de ella y se extendía por todo su cuerpo. De repente, se sintió mucho más fuerte , se sintió invencible... aquella sería la última noche que el Terror caminaría por este mundo.

lunes, 28 de diciembre de 2015

El Castillo de la Tierra Oscura

El valor comenzó a abandonarles cuando vislumbraron la achaparrada figura del castillo recortándose contra la penumbrosa luz del atardecer.  Aquella misma mañana, cuando se habían despedido de sus familias en el pueblo, todos ellos se habían cubierto con una fría máscara de determinación. Aquel era el lugar elegido. Aquí morirían muchos de ellos. Pero había que acabar con las matanzas y con el temor que sentían todos los hombres de la región cada vez que se adentraban en los bosques.

Aquel castillo marcaba el límite entre lo que ellos llamaban civilización y la Tierra Oscura. Sabía que algunos de sus hombres habrían preferido internarse en territorio enemigo antes que esperar a aquellas criaturas invisibles en el interior de un castillo cuya leyenda no era mucho más tranquilizadora.

Hacía décadas que nadie se aproximaba a aquella construcción y ya sólo los más viejos recordaban la razón de ello. Recordaban como en la época en que ellos eran jóvenes había partido en aquella misma dirección una expedición compuesta por los más aguerridos caballeros de la región, entre ellos el valeroso capitán Marre, cuyas andanzas eran conocidas en todos los rincones del reino y al que no pocos creían inmortal.



Desgraciadamente, desde aquel día nunca más se supo del capitán y de sus hombres, pero se cuenta que nunca se enfrentaron a las criaturas invisibles y que todos ellos perecieron sin llegar a salir nunca de los muros del tenebroso castillo.

Un paisano que tuvo el suficiente valor como para acercarse contó que escucho sonidos de batalla en el interior, pero que nadie salió al exterior ni él fue lo suficientemente curioso como para asomarse y ver que ocurría... pero eso sí, comentó que el rugido que oyó junto a los sonidos de metal de las espadas no podía proceder de ninguna criatura creada por la mano de Dios.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Terror en las profundidades

Reptaban trabajosamente por los estrechos túneles que había en la roca. No podían perder ni un segundo. Hacía pocos minutos que se habían encontrado con unos cuantos seres de aquellos. Habían tenido que matarlos... Todo el mundo sabía cual era el problema de matar alguno de esos bichos. En poco tiempo se enteraba el resto de la colonia y, entonces, eras hombre muerto. Pero León no quería morir. Ni quería que muriese ninguno de sus hombres.

- ¡Daos prisa! – les increpó - ¿Alguno quiere ser carne de insecto esta noche?

- No, señor – contestó el sargento Mikra – Hoy prefiero cenar con aquellas rubitas de la base...

En aquel punto el túnel se estrechaba aún más, y ahora tendrían que ir de uno en uno. Eso retrasaría su marcha y aún debían encontrarse a varios cientos de metros de la superficie. Quizás esta vez no lo conseguirían.

León colocó su arma por delante suya y comenzó a avanzar por el estrecho camino. Sus gafas de infrarrojos le permitían ver con claridad todo lo que había en los siguientes diez metros de recorrido, pero eso no era ningún alivio. Al menos, tendría tiempo de disparar.



Los ruidos comenzaron a escucharse cinco minutos después. Al principio era como un rumor sordo que nacía en las entrañas de la tierra y subía hacia la superficie. Después, todos pudieron percibir el característico sonido de esos bichos. La sangre se le heló en las venas. Por muchos encuentros que hubiera tenido ya con ellos, nunca dejaba de aterrorizarle su visión. Apretó el paso. La galería parecía que se ensanchaba un poco más adelante y, cuanto más ancha fuera la galería, menos de sus hombres morirían. Porque, si de algo estaba seguro ahora, era de que esta noche algunos de ellos no se sentarían a la mesa...

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